Las casas de acogida son el umbral de una vida digna para los animales que pasan por ellas.
Son el puente entre la negrura de la que vienen y la luz a la que se encaminan.
Las mamis de acogida son esos brazos que curan a peques de un dolor que no entienden porque ellos no han cometido otro pecado que el de nacer en un lugar equivocado con una gente equivocada en una sociedad con valores equivocados.
Las casas de acogida están habitadas por seres de luz que sustituyen a las madres biológicas que en algunas ocasiones ni han llegado a conocer porque los peques tenían aún los ojitos cerrados cuando fueron arrancadas de ellas.
Ro ha sido una de esas mamis que ha acunado en sus brazos a Sira, Oto, Boj, Fiona y posteriormente de Ulises y Naik y les ha proporcionado todo ese bienestar y felicidad que se han llevado a sus hogares definitivos.
Ella ha querido contar la que ha sido su experiencia como casa y mami de acogida para animar a otras personas a vivir esa experiencia en la que se da mucho pero también se recibe porque de los animales, siempre se recibe.
MI PRIMERA ACOGIDA
La alarma suena a las cuatro de la mañana, pero si me acosté a la una, ay, qué pereza, calienta biberones, qué sueño, madre mía, qué sueño. Abre la puerta de la habitación donde están los pequeños, y, ooooh.
Toda pereza queda disipada cuando veo a esas pequeñas bolitas durmiendo, que con una llamada suave despiertan y maúllan con hambre. Se me dibuja una tonta sonrisa en la cara cada vez que cojo a uno y devora su biberón.
Yo, que ni soy madre ni quiero serlo, he tenido la oportunidad de experimentar una experiencia express y light de maternidad. La preocupación, la alegría, el cariño y el lavar y lavar.
Pero sobretodo la felicidad de ver como, cada día que pasaba, crecían un poco, abrían los ojitos, aprendían a caminar o a hacer algo nuevo: jugar, sentarse, jugar entre ellos, saltar.
Con el pequeño sacrificio de perder alguna hora de sueño, fui recompensada con ver como cuatro gatitos que empezaron con mal pie en la vida, han tenido la oportunidad de crecer fuertes, felices y, por último, encontrar un hogar con amor y cuidados.
A menudo los miraba juguetear por mi salón y pensaba “jo, ¿esto lo he hecho yo?”
Pero no he sido yo sola. Amigos me han ayudado, las chicas de engatadas, que son un amor, me han dado mil consejos y han escuchado y resuelto mis dudas. Los padrinos y las donaciones han permitido que tengan un biberón caliente cada vez que lo han necesitado, y los adoptantes les han dado la oportunidad de una vida feliz.
Cuando me dijeron que todos se iban a ir, al principio sentí tristeza de verlos partir, pero me duró poco, porque sabía que era lo mejor. Y, cuando se fueron, ya solo me quedaba sentirme feliz y orgullosa.
En resumen, de esta experiencia saco conocimiento, agradecimiento, felicidad y orgullo. Y desde luego, si se da la oportunidad, haré el minúsculo sacrificio otra vez para que otros pequeños tengan la oportunidad de vivir, y vivir bien.
Gracias, Ro.